Incluso los más despreciables conjuntos de células, como Esteban Arce, nos brindan en ocasiones la invaluable oportunidad de comprobar como funcionan los medios comerciales de comunicación, que resulta ser de una manera muy diferente a lo que alguna gente cree.
Por principio y de una buena vez: al ver un programa de televisión abierta o sintonizar una estación en AM o FM no se aumenta lo que llaman "rating". No hay manera para saber -directamente- quién ve qué, a qué hora ni por qué canal o frecuencia. Punto y se acabó. La única forma de que los anunciantes y los medios de comunicación tienen para medir cuántos son y en dónde está su auditorio -vital información para poder cobrar estos últimos a los primeros- es de manera indirecta a través de la aplicación de encuestas a muestras seleccionadas por edad, sexo, educación o economía, en estudios con grupos de opinión y otras actividades propias de la parafernalia estadística.
Es decir... mientras no te pregunte un desconocido en la puerta de tu casa o por tu teléfono (o en una cámara de Gesell en las oficinas de Nielsen o algún asociado o competencia de ellos) qué canal o estación de radio escuchas junto con otras predecibles preguntas, reitero, no se pueden enterar.
Por lo que, habiendo entendido los dos párrafos anteriores, basta ver o escuchar el programa de marras (sí, lo sé, a veces es difícil, pero hágase el intento como ejercicio de concentración) y lápiz y papel en mano, tomar nota de cuáles son las marcas que se publicitan durante el mismo, determinar de qué anunciante son y publicar los nombres de las compañías, sus direcciones físicas, de Internet y teléfonos para dar oportunidad a que el público, aquella masa que con su dinero enriquece a los anunciantes al adquirir sus productos o servicios, se queje por la reprobable conducta de quien sigue un guión escrito por un guionista pagado por un productor que recibe dinero de la publicidad que el medio comercial recibe del que se anuncia. Fácil, ¿no?
Pues le podemos agradecer al conjunto de células que trabaja como histrión de Emilio Azcárraga Jean, tal y como lo hace también Carlos Loret de Mola y varios kilogramos de protoplasma animado más, como Adela Micha, lópez dóriga (siempre en minúsculas) y otros, de permitir meterles un susto, un gran susto, tocándoles la parte en donde más vulnerables son: los que les pagan, es decir: SUS ANUNCIANTES.
Así que basta con recopilar y publicar en Internet la lista de ANUNCIANTES quienes pagan con su publicidad los salarios de los actores, maquillistas, peinadores, vestuaristas, utileros, iluminadores, tramoyistas, sonidistas, camarógrafos, eléctricos, productores, directores, guionistas y editores (entre otros) del programa de Esteban Arce. Comunicarnos con ellos por correo convencional, fax, teléfono, email, Twitter, Facebook, haciéndoles saber -siempre pacífica, respetuosa pero ENERGICAMENTE- que son ellos los que están hablando en boca del pobre histrión que pone su cara frente a la cámara, y que sus productos o servicios están siendo asociados a un comportamiento, como es el caso que nos ocupa, homofóbico. Notarán que es cuestión de horas para que las llamadas telefónicas entre anunciantes, agencias de publicidad y relaciones públicas y gerencias de comercialización de los medios de comunicación se pongan muy activas.
¿Quieren meterle un susto a Esteban Arce? Ya saben como.
Ah, aplica también para el programa de Adela Micha, Yuriria Sierra o del conjunto citoplasmático que quieran aterrorizar.